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Veteranos on the Rocks

Resumen para los que no tienen ganas de leer la historia completa
Este veterano patinador solitario decide participar en su primer torneo sobre hielo a nivel oficial. Diez meses de quemarme las pestañas estudiando textos y videos sobre la técnica de este tipo de patinaje. Ocho meses de martirizante dieta, porque sino el enterito ajustado me iba a evidenciar la incipiente panza. Cinco meses de riguroso e inhumano entrenamiento, mínimo tres horas por día, con doble turno a la mañana temprano y a la noche después de trabajar. Miles de euros gastados en material, billetes de avión, hoteles, botas y cuchillas. Mi larga cabellera dorada, que me llevó años cultivar, cortada a raso para calzar bien la capucha del body integral. Tanto tiempo, esfuerzo y recursos... tirados por la borda. ¿Por que? Por una mujer, para variar. Pero valió la pena, porque encima gané algo por primera vez desde 1988, y al mismo tiempo salí último. Fin.  

Motivación, objetivos y entrenamiento

Es conocida mi afición al patinaje sobre hielo (ver acá >>), y ya había competido alguna vez, aunque nunca seriamente y con sistema olímpico. El año pasado, después de ver Rocky XXII (o XXV, no me acuerdo) me pregunté: porque también yo no puedo volver al ring a mi edad? Total, en patinaje como en boxeo, lo que cuenta es la experiencia, no? Además, dado que no existen competencias para veteranos de patinaje sobre ruedas (salvo ese patético “Campeonato del Mundo” que insisten en denominar alguna maratón de serie B en Europa), no me quedaba otra alternativa que aventurarme en el deporte de las cuchillas. Mi experiencia en Holanda me sirvió para apreciar a fondo esta disciplina, pero jamás me habría alcanzado a prepararme para el gran desafío técnico que me esperaba este invierno europeo. Consciente de ello, al menos podría trabajar con miras a una preparación atlética adecuada, y de paso experimentar un método de entrenamiento diferente. Habiendo sido en mis tiempos mozos un decente velocista y odiando cualquier distancia superior a los 1000 metros, opté por intentar hacer un papel decoroso por lo menos en los 500 metros, especulando que la variedad sobre hielo sería similar a los 300 contra reloj en ruedas. Así, durante julio elaboré un programa de entrenamiento basado en el de los velocistas de hielo, adaptado a mí y mis patines de ruedas (dado que acá obviamente no tengo óvalo helado). El objetivo era lograr estar por debajo de los 50” en los 500 de mi primera justa oficial internacional, que tendría lugar la 1º semana de diciembre en Italia. El 1º de agosto 2007, a la hora en que normalmente los varones sanos nos despertamos con una cierta rigidez debida a un licuado hormonal, salí de la cama para cumplir con mi primera sesión de entrenamiento. Y desde entonces, a pesar de lesiones, problemas de trabajo y novias embarazadas, no falté a ninguna sesión. Bueno, salvo una sola sesión de patín, debido a un día entero de lluvia que hubo acá, un lugar donde la precipitación anual suele ser cercana a cero. En los primeros tres meses, mis tests marcaron una mejoría de 1 segundo por ciclo, después obviamente no podía bajar más que algunas centésimas. Así y todo, en el último test de noviembre llegué a marcar unos 27” en los 300 mts, 19” en los 200 y 11” en los 100. Nada mal para un viejito: de hecho, posiblemente acepte un desafío que me lanzaron y corra las contra reloj del próximo campeonato catalán... Se aceptan apuestas!
Específicamente, me concentré en desarrollar fuerza elástica/explosiva utilizando piques en subidas (con y sin patines) y pliometría. No toqué ni una pesa en todo el período; a pesar de eso sentía las piernas muy ligeras en aceleración, como no las sentía desde 1987. La base aeróbica la trabajé con mucho trote al principio, pero lo tuve que dejar porque por una mala ejecución técnica me gané una fastidiosa síndrome rótulo-femoral (o “rodilla del corredor”). Antes de que se convirtiera en una afección crónica (que incluso podría necesitar corrección quirúrgica), pasé a machacar kilómetros sobre los patines en régimen aeróbico, y se acabó el problema de la rodilla.
Pero claro, había dos factores que no tenía modo de entrenar adecuadamente. Uno, la adaptación ambiental. Aquí donde vivo puedo patinar todo el año con pantalones cortos, pero me esperaban 2 días de competencias en un lugar a más de 1000 mts sobre el nivel del mar con la contingencia de temperaturas bajo cero, en el cual iba a patinar con un enterito igual al que uso en verano, solo que con capucha, mangas y piernas largas.
El otro factor era la componente técnica. Sabiendo que el modo de patinar sobre ruedas solo se parece al patinaje sobre hielo, estudié todo lo que pude al respecto en libros, webs, artículos y videos, además de consultas a técnicos y patinadores conocidos. Traté pues de adaptar al patín de ruedas una técnica lo mas similar posible al de hielo, y todos los días patiné entre 10 y 20 minutos con esa técnica. Más no podía, porque el dolor de culo y el cansancio en las piernas era insoportable.
Así, llegó la fecha de mi viaje a Italia. Se acercaba el momento de mi primer torneo oficial ISU, el Master’s Revival 2008 en Baselga di Piné (provincia de Trento, al norte de Verona). Proyecté llegar unos cuatro días antes del torneo, para intentar adaptarme a las condiciones atmosféricas, a la pista, a la nueva técnica, etc. Mientras llegaba a la meta, me repetía mentalmente que, por lo menos a nivel físico, no podría haber hecho más de lo que hice en estos últimos cinco meses. O a lo mejor sí podía... pero yo no vivo de esto, che. Y ni siquiera es mi segunda afición!

Adaptación

Llegué a Baselga un lunes por la noche, después de 19 horas de viaje. La recepcionista me da la llave y me dice: “tus compañeros te están esperando en el bar”. Como no tenía cita con nadie a mi llegada, me asomé al bar para ver quiénes serían mis “compañeros”... y me encontré nada menos que a los integrantes de la selección nacional italiana de hielo! No sé con quién me habrá confundido esa señora, pero le estoy muy agradecido por el cumplido.



Pensaba que por ser tarde la pista iba a estar cerrada; en cambio todavía había gente patinando. Como el hotel estaba justo enfrente del estadio, me cambié y bajé enseguida a patinar. Los 3º y el fresco vientito proveniente de las altas montañas me indicaron inmediatamente que habría sido un acto suicida mear al aire libre. Y en todo caso, la maniobra hubiese sido imposible: quién puede sujetar un tornillo de 5mm con espesos guantes para nieve? Acto seguido, mi preocupación subió como espuma de cerveza al poner los pies sobre el hielo. Me costaba hasta mantener el equilibrio sobre las cuchillas! Habrá sido que me olvidé todo lo que aprendí en Holanda? Habrá sido el cansancio? En todo caso, dí algunas vueltas lentas y bastante incómodas, y para colmo la bota izquierda me tocaba el hueso. La primera impresión fue que todo lo que había hecho en estos meses no serviría para nada, si no lograba adaptarme a tiempo para el torneo. Y esa preocupación perduró todo el día siguiente, cuando después de dos turnos de entrenamiento lo único que conseguí fue incrementar exponencialmente el dolor en el pié izquierdo. Para colmo, mientras estaba por salir de la pista me resbalé y caí, dándome un porrazo en la rodilla que me hizo acordar de todos los muertos de la guerra del 15-18. La depresión estaba a las puertas de mi conciencia, y la idea de no presentarme a la largada del torneo empezaba a tomar consistencia.

Pero el destino está siempre del lado de los audaces, y por suerte llegaron en mi auxilio los veteranos suizos, denominados Grupo Raimann en honor a su líder Peter, quien observó mis patines y me preguntó: ¿cómo m... podés patinar con estos machetes? Y bueno, varón: es lo que pasa el convento. Entre todos ellos me tomaron de mascota y me dieron un montón de consejos sobre como mejorar mi técnica. Y ojo, que estos no son cualquiera: en su época el que no fue campeón mundial fue podio olímpico!


Maestro Peter

A la mañana siguiente, mientras Peter me preparaba las cuchillas de mala gana, insistiendo en que no era un patín adecuado para mí, a mi rescate acudió también otro personaje mítico: Fabio Viganó. Este distinguido señor fue campeón mundial sobre ruedas en 1968, entablando legendarias batallas con nuestras gloriosas figuras Rafaldi, Narciande, Ibarguren, etc. Como si fuera poco, llegó a estar también en la selección italiana y equipo olímpico de hielo en esos años.

Maestro Fabio

O sea un capo, que a su edad sigue siendo un excelso patinador sobre la superficie que sea. Y si uno le pregunta que es de su vida, contesta: “todos los días hago lo que se me canta, vivo un par de semanas acá, un par de semanas allá, y tengo por lo menos una mina acá y otra allá”. Maestro! Mi máxima ambición es llegar a ser como Ud!
Don Fabio peló de su bolsa un par de cuchillas MAPLE de carrera y bota ídem, que milagrosamente se enamoraron a primera vista de mis pies. Fue un subirse al hielo y volar como un Mercurio patinador hacia el Olimpo. Yessss! ¿Ven lo que quiere decir llevar buen material en las patas? A partir de ese momento mi progresión fue frenética: a parte del dolor residuo de las otras botas, cortaba el hielo como manteca, aceleraba en rectilíneo a una velocidad que me alisaba los cachetes y entraba en curva como un huracán.

Mientras nos entrenábamos los veteranos, la selección italiana hacía unas sesiones de arranque: qué bestias! Destacaba particularmente Ermanno Ioriatti, que ostenta el récord nacional de los 500 (35.04!) Estos chicos causan un placer físico al verlos patinar, además tienen una musculatura impresionante (así me gustaría ver formados a los patinadores sobre ruedas, el único que se acerca a este ideal es Mantia >>).


Ermanno nos dá cátedra

Aunque la técnica del patinaje sobre hielo demanda un refinamiento motriz que lleva una vida aprender y perfeccionar, en esta disciplina obviamente es imprescindible una enorme fuerza muscular en los miembros inferiores: de hecho, debajo de las calzas estos tipos tienen lo que parece ser un par de jamones de caballo adornado con chorizos, longanizas y morcillas. A la altura de la entrepierna también parecen llevar guardada una mortadela, pero esa es otra historia. Me pregunto si a ellos el frío no les hace ningún efecto... A mí esta temperatura polar me reduce tanto el paquete que hasta una nena de pre-juveniles tiene mas volumen que yo ahí abajo! Tuve que recurrir al truco que usan ciertos corredores porteños: un soquete estratégicamente situado en esa zona, para simular ser un Nacho Vidal >> sobre patines, y de paso mantener las joyas de familia calentitas.
Una noche vino a entrenarse con nosotros Adriano Remus, buen corredor que un tiempo integró el team Salomon Italia junto a Romani. Como estaba solo, le ofrecí mi compañía durante la cena. No sé si habrá malinterpretado eso, pero cuando estaban por servir el postre, me dice: “no te ofendas si te lo pregunto, pero... sos homosexual?”. Por lo general, esta pregunta me la hacen homosexuales con doble fin, y considerando como se viste este tipo, podría haber creído que en efecto lo era, pero un rato antes lo había oído hablar con la novia (mujer) por teléfono.

De todos modos, como soy un hombre de mundo y el muchacho parece demasiado inocentón y con pocas luces como para tener malas intenciones, le contesté que si. “Ah, ya me parecía”, dijo el pibe. “Es que sos demasiado educado, un poco afeminado”, continúa. Y yo: “En efecto: tengo la mala pata de ser una lesbiana insaciable atrapada en el cuerpo de un varonazo sumamente atractivo”. Creo que todavía debe estar rumiando lo que le quise decir.


Marika, yo?

El jueves casi toda la banda de veteranos Italianos ya estaba instalada en Baselga, todos ex – integrantes del equipo nacional de hielo (como Antonio Nitto y Bruno Tonioli) y/o varios “ruedistas”de fama internacional (como Cavallino y Flavio Rigon). Son un grupo de gran simpatía y mayor deportividad, donde todos apoyan y alientan a los demás, sean del país que sean.

Hay incluso un par de señoras que patinan como diosas: Doña Alda Segantin ya competía cuando los patines eran de bronce y hueso; Cecilia Valcepina en cambio tiene mi edad pero no se le nota, y es entrenadora de la selección juvenil italiana de short track. Nada menos.  
Ceci, Fabris y Alda    Tonioli, Sighel y Remus 

También tuve el gusto de volver a ver luego de 15 años al gran Roberto Sighel, el primer campeón mundial sobre hielo que tuvo Italia, aunque sobre ruedas no rendía tan bien: me cansé de ganarle en un par de campeonatos italianos en los que participó, pero me guardé bien de recordárselo. Habría participado él también en nuestro torneo y nos hubiera machacado a todos (sigue haciendo alrededor de 40’ en los 500), pero estaba lesionado.
Esa misma noche, cuando ya todos se habían ido de la pista y quedé solo, saqué el cronómetro y me atreví a probar una 500. Tratando de concentrarme en hacer las cosas bien mas que en la fuerza y velocidad brutas, marqué un 50” y chirolas. Como me pareció que fue más bien una serie lenta, esperé a recuperar completamente y largué otra, de nuevo tratando de hacerla bien en vez de rápido. Tiempo: 50.01. El ánimo despega sin permiso de la torre de control, y se pierde en las alturas de mi ambición desenfrenada. Si hago este tiempo entrenando, qué llegaré a marcar el sábado en carrera? La cosa pinta bien, y me voy corriendo al hotel a contarle la novedad a mis nuevos viejos amigos... que me palmean la espalda condescendientes, pero que en el fondo no me creen.
El viernes por la mañana ya me miran con otros ojos: en vez de ayudarme a mantenerme en equilibrio me dan consejos de técnica fina. Intento algunas largadas (que también se parecen pero no son iguales a las largadas sobre ruedas), y tomo unas cuantas curvas a la máxima velocidad: me siento cómodo y tranquilo sobre las cuchillas, pero al mismo tiempo tengo que pensar en veinte cosas a la vez para conseguir una técnica decente, que me permita por lo menos adquirir una velocidad alta y mantenerla, sin que me resbalen los filos sobre la superficie helada. Misión imposible, para eso tendría que patinar así día y noche durante los próximos 100 años.
De hecho, de tanto rodar en esta posición baja, las nalgas me duelen como si le hubiera concedido a la plana mayor de la CAP el deseo de patearme el culo hasta el cansancio. Decido que hasta las carreras no habrá más patinaje para mi. Solo masajes, baño turco, bici fija y cama. Antes de salir de la pista me pregunté si tenía las cuchillas adecuadamente afiladas: me contesté automáticamente cuando, al quitar con pulgar e índice el hielo pegado al metal, inadvertidamente los pasé por el filo de la cuchilla. Si no hubiera sido por el grueso guante (que se rebanó netamente), a esta hora no tendría con qué rascarme la oreja o hacer la señal de “ok”. Tomar nota: los filos de estos patines cortan como bisturí!
Por la tarde se realizó el sorteo de los pares: como sabrán, en hielo se corre a tiempo y por pares (todas las distancias son contrarreloj, salvo la persecución por equipos). Mi rival? La simpática Cecilia! Como soy un principiante, me da la impresión que arreglaron el sorteo y me pusieron una “fácil”, aunque la señora en su época corriera los 500 en menos de 40.

Antes de volver al hotel, me encontré frente a un señor que me saluda cordialmente pero no lo reconozco en un primer momento. Me dice “yo a vos te conozco de chico”, y se saca el gorro: es nada menos que Fabio Bellotti! Don Bellotti me muestra los últimos modelos de botas y chasis que produce su empresa: me prometió que me va a mandar las fotos para publicar en exclusiva, pero conociéndolo, sé que no va a cumplir.


Andrea y Fabio: dos generaciones de productores

Acto seguido se llevó a cabo el cóctel de bienvenida para todos los participantes: éramos en total unos 30. Casi todos son italianos, aparte los 5 suizos, un alemán y yo, que ya no sé ni de donde vengo ni adonde voy. En efecto participo del evento con licencia de la Federación Española de Deportes Invernales. ¿Qué porqué no corrí para UVEPA >>, me preguntan? La verdad, no lo sé. Pregúntenles a ellos. Me hubiera sentido orgulloso de correr representando a La Docta en otra manifestación de nivel “internacional”, pero parece que en Argentina todas las federaciones están hechas del mismo material.
En fin, después del cóctel nos fuimos a cenar todos juntos, y aquí es donde mi historia toma un giro inesperado. Resulta que llego a la mesa, y me sientan en la zona de los “jóvenes”, donde también está Cecilia con un par de chicas simpáticas, y además conozco a dos de mis pseudo - rivales: Andrea (dueño de la marca DavidTeam), y Daniele. Pero justo al lado mío le dan lugar a quien daremos en llamar de ahora en mas La Rubia. Déjenme comentarles que esta zona del norte italiano está densamente poblada de rubias de gran calidad, pero ésta en particular resalta considerablemente sobre la masa de rubias autóctonas. No los voy a aburrir contándoles los pormenores de la cena ni el rato de esparcimiento social posterior a la misma, pero señalaré que establecimos contacto telepático con la Rubia, y posteriormente me fui al catre como a las 2 de la mañana. No me pude adormecer hasta las 4, y dormí malísimo. Pasé mucho tiempo visualizando a ojos cerrados los 500, desde la largada hasta la llegada, pasando por las dos curvas y el cambio obligatorio de carril... pero a cada momento los ojazos de la Rubia interferían con mi trabajo mental.


El Torneo: primera jornada

Por suerte competíamos a la tarde, así que tuve tiempo de levantarme temprano para desayunar, dormir una siesta de media mañana e ir a almorzar un buen plato de pasta con los demás a las 11. El día había amanecido muy nublado y ventoso, estábamos todos preocupados porque anunciaban incluso lluvia (o nieve).

Simultáneamente a nuestro evento de veteranos, se corría un torneo destinado a las selecciones nacionales juveniles de Italia, Alemania y Austria, así que el ambiente estaba caldeado por estos jóvenes fogosos. Y uno de ellos era nada menos que Francesca Lollobrigida, campeona mundial juvenil en Cali e hija del impetuoso Maurizio, campeón mundial de mi época y técnico de la selección italiana, con quien mantuvimos animadas charlas.


"Mirá, salimos en PatinArgentino!"

Y llegó la hora de correr; por suerte las nubes se habían abierto, el viento había amainado y el sol brillaba reflejándose en la nieve de los Alpes: hermoso día para correr. La primera batería era la de Daniele y Andrea, que además de ser los mas jóvenes (con 20 añitos) son los mas rápidos gracias a una buena técnica. En la segunda batería estábamos Cecilia y yo, así que empezamos a calentar juntos. En eso, oigo que me llaman desde el público: la Rubia requiere mi presencia inmediata. Me pregunta si estoy listo, y ya no necesito calentar. Le contesto que pasé una pésima noche porque no estoy acostumbrado a dormir solo. Sonríe. Tomo el toro por las astas y le pregunto: “Si gano, puedo dormir con vos esta noche?”. La chica, que no tiene un pelo de tonta, exclamó: “Pero si no hay ningún otro en tu categoría!”. A lo que argumenté: “No hay peor adversario que uno mismo”, y me gané otra de esas sonrisas capaces de derretir un témpano. Con eso, también perdí la poca concentración que me quedaba, y en ese estado semi-atontado, me dirigí a la línea de largada. Un momento antes, Daniele marcó el mejor tiempo del torneo (45.94), mientras que Andrea hizo un buen 48.16. Es nuestro turno, beso la mano de Cecilia y le digo que es un honor largar mi primera carrera oficial con ella. Go to the Start, grita el juez de largada. Ready!, anuncia un momento después, apuntando la pistola de largada hacia el cielo mientras yo asumo la posición, concentrándome en no arrancar antes del estruendo. Lo siguiente debería ser un disparo, pero en cambio suenan dos, en rápida sucesión. Me doy vuelta y le pregunto a Cecilia: “Que hacés? El novato soy yo! Porqué te mandás una falsa largada?”. El juez se ríe y me dice: “La largada en falso la hiciste vos: desde que digo “ready” no podés mover ni una pestaña antes del disparo”. Tomar nota: quedarse quieto en la línea, que descalifican por doble falsa largada.
Me doy vuelta, entre el público alcanzo a divisar a la Rubia, expectante. Ready, alcanzo a oír. A partir del disparo, todo fué una sucesión de mocos, uno atrás de otro. Largué a los tropezones, un paso apoyando el taco de la bota en el hielo, otro clavando la punta del patín. Cuando me compuse un poco y logré acelerar, ya estaba en la entrada de la curva. Por la desesperación, se me entreveraron las patas y al primer paso cruzado casi me mando de jeta. Tuve que levantarme, frenar y largar un sonoro insulto en dialecto aramaico. Tardé el resto de la curva en ganar de nuevo mi equilibrio; para cuando pude empujar de nuevo ya estaba en la otra recta, cambiando carril como correspondía. De la bronca, puse la quinta y aceleré al mango... tanto que al entrar en la siguiente curva venía a tal velocidad que casi me caigo otra vez! Traté de reparar los daños en la última recta, pero en vez de empujar con buena técnica me salió aumentar la cadencia de las piernas, como si estuviera sobre ruedas. Pasé la línea de meta, levanté la vista hacia el reloj: 50.11. Mierda! Si no hubiera sido por la pésima largada y las dos curvas casi fatales... ¿cuánto habría marcado? Aún así, los demás veteranos parecían impresionados con mi performance, y muchos se acercaron a felicitarme. Pero creo que mas que nada es una forma de cortesía común en este deporte tan noble, así que yo también me puse a felicitarlos a todos cada vez que terminaban su batería. Me quedó esa fea sensación de haber terminado una carrera sin haberlo dado todo, sin estar cansado. Para que se den una idea: tres hombres de la categoría 50 años y dos de la de 55 años hicieron mejor tiempo que yo. Los mismos tipos harían lo propio también en las demás distancias: una clara evidencia de que en este deporte la técnica cuenta mucho mas que el estado físico.
Mientras los juveniles se daban leña en la cancha, nosotros los vetustos nos quedamos mirando desde adentro del estadio, calentitos, sorbiendo té y comiendo facturas (todo ofrecido por la organización), mientras nos dábamos palmadas en la espalda por haber sido tan bravos. La Rubia pasaba a mi lado, me miraba y sonreía. No sé si estos primeros 500 me salieron tan mal por su culpa o por mi ineptitud, o por las dos cosas, pero tenerla cerca borraba toda preocupación o reproche.


A continuación, nos tocaba la segunda carrera de la jornada, 1500 metros. Los que saben la describen como la distancia mas dura de todas, aquella donde el ácido láctico te sale hasta de las orejas. Sinceramente es una distancia que no sabría regular, así que decidí salir lento y ver como iba después. Cecilia me dice: “andá despacio, que quiero verte ese lindo culo de cerca”. Como ella salía desde el carril externo, en la primera curva me la encontré adelante. No pude evitar pararme un momento para declararle de corazón que en realidad el mejor culo de la pista pertenecía sin lugar a dudas a ella misma. Entonces, aceleré un poco y el resto de la carrera no me lo acuerdo, salvo el hecho de que no sabía donde estaba la línea de meta y recorrí como 150 metros de mas, preguntándole a la gente apoyada en las colchonetas sobre la pista si había terminado mi prueba o no. Otra vez esa fea sensación de haber acabado una carrera sin sudar ni una gota, sin haberme esforzado como debía. Resultado: 2:41, exactamente lo que habían pronosticado los veteranos italianos al verme en mi pésima 500.
Fin del primer día de competencias, inicio de mi nueva carrera en el patinaje sobre hielo.

Paréntesis hedonístico

Después de la primera tanda de competencias, quedamos con un grupito en ir a cenar fuera del hotel. Fue una festiva reunión, amenizada por manjares típicos y charlas sobre las carreras presentes, pasadas y futuras. La Rubia, que en la gran mesada se había sentado a varios comensales de mí, me ignoró casi todo el tiempo. Incluso me había saludado con una sutil frialdad, como si mi pobre actuación sobre la pista la hubiera convencido de que mi capacidad amatoria era igualmente paupérrima. ¿O a lo mejor no usé un calcetín suficientemente grueso? Terminada la cena la gente se empezó a organizar para seguir de joda o irse a dormir. Cuando alguien le preguntó a la Rubia que iba a hacer, me la jugué. Interrumpí la conversación, y con semblante muy serio, le dije al interlocutor de la atractiva mujer: “Perdón, pero la señora ya tiene organizada el resto de la velada”. Ella me miró entre divertida y ofendida, pero no me contradijo. Se vé que estaba esperando que me ganara el privilegio de conocerla bíblicamente. Y vaya que me lo gané, sí señor.
Este tipo de competencias no me ponen nervioso, y llevo entrenándome desde muy joven para ganarlas. Son las únicas que me interesa ganar, a decir verdad.

El Torneo: segunda jornada

El domingo amanece con cielo encapotado, muy frío. Llegué a la pista justo a tiempo para calzarme los patines y presentarme a la largada de los 1000 metros, casi sin calentar y decididamente en un estado catatónico. Otra vez largué mal, otra vez casi me mato en las curvas. Igualmente, la sonrisa no se me borraba de la caripela, a pesar del pésimo tiempo (1’43; esta vez me ganaron hasta un par de ancianos de la categoría over 60). La próxima prueba eran los 3000, que no era obligatoria. Hasta último momento me negaba a correrla, pero Cecilia me convenció. Esta distancia definitivamente no sabía como regularla, pero Fabio Ravanelli, gran maestre y entrenador de la selección juvenil italiana de pista larga, se ofreció a mostrarme la tabla de mis tiempos vuelta a vuelta (habrán visto en la tele esos entrenadores con un display que les muestran a sus corredores el tiempo por vuelta, no?) Esta vez largamos en cuarteto: los dos veinteañeros, Ceci y yo. Recuerdo que los tres llevaban gafas, y mentalmente me burlé de ellos. La van de fashion, pensaba, si total no hay sol... Tenía miedo que los jovencitos me sacaran la vuelta, pero igualmente largué tranquilo. El consejo que me habían dado es: largá ni muy rápido ni muy lento, y mantenete ahí. Así que intenté hacer eso, al tiempo que aprovechaba para expresar la mejor técnica que podía, ya que no necesitaba ir a la máxima velocidad como en las distancias anteriores. Las primeras dos vueltas pasaron con relativa facilidad, y ni me acordé que Fabio me marcaba el tiempo. En la tercera me empezó a faltar el aire (aunque Fabio me gritó “vas como un reloj!”), en la cuarta las piernas se me habían prendido fuego. Para colmo, empezó a nevar finito, y cada vez que un copo me golpeaba el ojo, además de doler bastante me cegaba. Tomar nota: en pista al aire libre, SIEMPRE largar con gafas, nunca se sabe cuándo va a nevar o va a salir el sol! A este punto me acordé que en las anteriores carreras no había dado el 100%, así que a pesar del dolor y el cansancio, apreté los dientes y empujé para adelante. Mi última vuelta fue la mejor de las 6 por casi un segundo, seña evidente de que la regulación fue mala, pero me alcanzó para hacer 5’38: el segundo mejor tiempo detrás de Andrea (5’32) y por delante de Daniele (5’42).La ovación de los fans fue un canto de ángeles en mis oídos, no me lo podía creer. Lo mas espectacular es que hice todo el recorrido sin equivocarme en el cambio de carril ni quedar descalificado por algún otro fallo técnico. Grande! La pobre Cecilia llegó recién a los dos minutos, y fui directo a felicitarla por ser un valioso y admirable ejemplo para sus discípulos y para todos nosotros.
El torneo se cerró con el espectacular duelo a muerte entre dos viejitos de la categoría 70 años, que terminaron la carrera al fotofinish sobre los 7 minutos. Maestros!

Ni bien finalizaron las carreras, se procedió a la premiación. Después de los jovencitos fue el turno de los maduritos: cuando me tocó ser oficialmente premiado, me negué a subir al podio. Como voy a hacerlo, dije, si no tuve rivales? Sería una farsa! Pero el público presente clamaba a grito pelado mi momento de gloria, así que subí al escalón mas alto del podio, a festejar por primera vez desde 1988. Y por última, según un par de burlones envidiosos.


Momento histórico: podio cordobés

Me entregaron mi medalla dorada, mi diploma y mi protocolo oficial. Este último te lo dan al concluir todo campeonato fiscalizado por la ISU: es una carpeta donde salen todos los datos relevantes del torneo (jueces, organizadores, sponsor y demás), los resultados generales y de cada una de tus carreras, con tiempos parciales, orden de largada, etc. Que lujo! Igualito que sobre ruedas, eh? Pero mi premio mas valorado estaba al fondo de la sala, esperándome con una de esas sonrisas que te hacen mandar al carajo cinco meses de entrenamiento sin cuartel ni piedad. Al fin y al cabo, la Rubia había quedado positivamente impresionada con mi desempeño atlético, por lo que me solicitó otro turno.
Tomar nota: cliente satisfecha, es cliente que vuelve por mas!


Epílogo

Los Masters están aglomerados en una asociación internacional dependiente de la ISU, con sus propios estatutos, reglamentos y actividades, llamada International Masters’ Speed Skating Committee (IMSSC). El clima que se vive en estos eventos de veteranos sobre hielo es sumamente agradable: la pasión por este deporte une en estrecha amistad a gente de lo mas disímil, y las rivalidades son totalmente desconocidas. Se nota a la legua que este grupo humano “va por la vida con buena onda” (en palabras de una amiga), las risas van de la mano con el sano esparcimiento y lo único que se toma seriamente es la organización del evento y el bajar la propia marca personal. Este torneo en particular es posiblemente el menos importante de todo el calendario de eventos de la IMSSC, justamente por eso lo elegí para mi debut. Pero la única diferencia con los que se hacen en el resto de Europa, USA y Canadá, es únicamente la cantidad de participantes. Ni siquiera el Mundial de Veteranos (para el que me clasifiqué oficialmente –y de milagro- por mis tiempos), implica esa estúpida exaltación que veo en tantos veteranos de las ruedas, a pesar de que muchos de estos masters tienen títulos mundiales e incluso olímpicos en su haber. Todos visten sin tapujos su enterito integral, sin inquietarse por la panza que puedan tener, y cada uno hace barra por los demás. Acá cuenta solamente la perfección técnica, y el único rival a batir es el reloj, con el objetivo final de mantener vivo el auténtico espíritu olímpico. O sea: se vive el deporte de verdad. No se imaginan cuanto me hubiera gustado tener allí conmigo a mis amigos veteranos sobre ruedas, los que todavía patinan por el gusto de patinar, los que llevan en el alma esa misma noble deportividad que es tan abundante en el ambiente del hielo. Al mismo tiempo me hubiera gustado que presenciaran este torneo todos los chiquitos que están aprendiendo a patinar, para que perciban el ejemplo –deportivo y moral- que dan estos viejitos.
A todo el que pueda, le recomiendo vivamente que pruebe alguna vez en la vida lo enriquecedora que es esta experiencia, y a los que entrenen pre-adolescentes, los invito a que experimenten con ellos la modalidad de competencia del hielo. Se pueden implementar variantes divertidas (persecución, obstáculos, doble cambio de carril, etc.) siendo un excelente compromiso para acontentar a los idiotas que todavía no se dieron cuenta de la importancia y utilidad de los circuitos de destreza. Personalmente, llevo desde febrero haciéndolo con mi grupito de niños, y noté que el resultado es plenamente positivo: la cohesión del grupo es sólida, los nenes se preocupan más por mejorar su propia técnica que en fijarse en la de los compañeros, y todos celebran cuando uno de ellos baja sus tiempos.
En fin: si tienen la posibilidad, cambien deporte. El hielo nos dá la oportunidad de perseguir la perfección absoluta hasta el infinito, o por lo menos hasta que las piernas nos sostengan. Que no es poco.

M. Bresin © PatinArgentino.com


Carta de una patinadora adolescente
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